El siguiente artículo refleja exclusivamente el punto de vista de su autor.)

Su figura —tan tiesa, tan altiva, tan poco entrenada en la gimnasia del diálogo— parece haber sido moldeada más en la etiqueta de los espejos de Versalles que en el barro de la República.
Le pido disculpas por irrumpir con este atrevimiento casi revolucionario: me atrevo a hablarle. Y peor aún… a interpelarlo.
¿No le parece, Señorito, que su conducta frente a la prensa es de una arrogancia vintage, de esa que uno pensaba extinguida con la monarquía absolutista y las pelucas empolvadas?
Usted, tan moderno y tan antiguo en las prácticas.
No quiero sonar impertinente —¡Dios me libre de perturbar su majestad institucional!— pero esa altanería suya, ese desprecio tan bien peinado, recuerda más a Luis XIV que a un ciudadano de esta república democrática.
¿Tanto le cuesta hablar con un periodista sin fruncir el ceño como si estuviera oliendo a pueblo?
Mire usted, que la Constitución —ese librito que tanto adorna los actos pero tan poco guía los gestos— garantiza la libertad de prensa. Y no, Señorito, no se trata de una molestia de protocolo: se trata de democracia. Esa palabra que usted declama con más convicción que comprensión.
Tal vez su problema sea un caso severo de alergia al “cuarto poder”. Le entiendo. Es incómodo que alguien haga preguntas cuando uno preferiría solo dar órdenes. Pero créame, señorito: un periodista no muerde. Bueno, al menos no literalmente.
Su actitud evasiva, su desprecio cuidadosamente ensayado, su rictus de molestia apenas le acercan un micrófono… ¿sabe qué me recuerda, Señorito? A esos momentos iniciales, casi imperceptibles, de la represión. Porque —aunque usted no lo haya leído en sus manuales de liderazgo— todo autoritarismo empieza igual: primero el silencio, luego la descalificación, más tarde la persecución. La historia no se repite, Señorito… pero rima.
Y usted, lamentablemente, está en tono.
¿No le suena familiar eso de hostigar al que piensa distinto? ¿De negar la palabra, de demonizar la pregunta, de ocultar la respuesta?
No sé si usted ha leído historia —la de verdad, no la versión parafraseada en discursos de ocasión— pero le haría bien. Y si ya la leyó… peor, porque entonces su desprecio es consciente. Y eso, Señorito… es ya otro nivel de soberbia.
En fin. Aquí le dejo estas palabras. No espero que las conteste, sería demasiado pedir. Pero al menos, si las ignora, que sea con estilo. Total, para alguien tan versallesco, la indiferencia siempre fue una forma de gobierno.
«Al que le quepa el saco, que se lo ponga.»
Por Jorge Villavicencio.