Por: Julio Villavicencio SJ, Sacerdote Jesuita.
Director del Servicio Jesuita a Migrantes en Argentina y Uruguay.

Estamos en este tiempo de Pascua para la Iglesia Católica, despidiendo a un hombre que se va volviendo grande a medida que vamos reconociendo sus actos de amor y servicio, y dejando de lado otras miradas que, tal vez, no nos permitieron conocer mejor al primero, y quizás único, Papa argentino de la historia.

Vemos en los medios, a nivel mundial, que rescatan acciones, palabras, presencias y gestos del Papa Francisco, que nos dejan cada vez más impresionados, con un sabor de cierto orgullo, porque ese hombre que el mundo reconoce como positivo era argentino.
Al mismo tiempo, también nos preguntamos: ¿dónde estábamos nosotros cuando ocurrían todas esas acciones que hoy vemos del Papa? ¿En dónde estaba puesta la mirada de este hermoso país que, con sus contradicciones y riquezas, aportó su cultura a la Iglesia y al mundo a través del Papa Francisco?

No sé ustedes, pero, con el mate, con su manera de hablar, con esa mirada ante la diversidad —que nunca fue un problema para nosotros en Argentina—, lo reconozco tan argentino.

Sin embargo, para ser sincero, muchos de nosotros tuvimos una mirada que nos costó reconocerlo. O era un enemigo, o era un aliado político. Era alguien que quería el mal o, en otros casos, un aliado que podía ayudarnos a enfrentar a los enemigos del poder de turno. Nos costaba dejar de lado la mirada política partidista de nuestro horizonte. Eso siempre era más importante que cualquier otra perspectiva. A veces, era la única mirada posible sobre el otro, sobre él, sobre nosotros. Y, lamentablemente, esa mirada, más que unir, divide. Más que ayudarnos a reconocernos, nos vuelve extraños, nos hace desconocernos y vernos, finalmente, como enemigos. Nos deshumaniza, nos enfrenta.

Claro que esa mirada siempre estará presente entre nosotros, porque siempre habrá diferencias en las ideas y, en ese sentido, diferencias en la manera de ver la política. Pero la pregunta que me hago es: ¿es válido que solo esa mirada sea la protagonista de todas nuestras relaciones, vínculos e intercambios? ¿No hay acaso otras cosas en el mundo que son importantes y que pueden vincularnos? El cuidado del otro, el respeto por el otro, el aprender a caminar en la diferencia.
¿Será acaso que una mirada monolítica nos consume el horizonte como argentinos y solo podemos ver amigos y enemigos? Y esto va tanto para derechas como para izquierdas. La mirada monolítica no discrimina en ese sentido.

Creo que el tiempo de Pascua nos invita a aprehender una mirada distinta. Es un mirar que reconoce la presencia de la vida en medio de tanta muerte. Nos invita a identificarnos con la esperanza antes que con el desaliento. Es, quizás, desde esa mirada donde nos reconocemos como humanos, con sus defectos y virtudes, pero ciertamente desde una mirada de esperanza en la gente, en nosotros.

Si bien no todos compartimos la misma fe en esta hermosa Argentina, la invitación de la Pascua promueve valores universales: esperanza, amor, humanidad. Creo que eso es lo que nos muestra la vida y los gestos del pontificado de Francisco. Son valores más allá de la mirada política o de una religión. Son valores que tienen el poder de unir a las personas. Son valores humanos, de toda la humanidad. Ojalá podamos recuperarlos y no dejarlos a merced de la manipulación de izquierdas o derechas, que al final nos dividen, nos enfrentan y sacan lo peor de nosotros.

Pascua es Resurrección, que se reconoce desde una mirada esperanzadora y llena de amor. Permite reconocernos desde lo más valioso que tenemos: nuestra humanidad. Una humanidad diversa, contradictoria, llena de límites, pero que invita a cuidarnos, a aprender a vivir en esa diversidad sin quitarnos la vida.

Ojalá el ir descubriendo a un Francisco más humano y esperanzador nos lleve también a nosotros a descubrirnos más humanos, más argentinos y menos enemigos.

Por Jorge

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