Por Jorge Villavicencio, para Radio Cardinal. (La presente nota representa la opinión de su autor)

El último sábado de diciembre, mientras miles de vecinos de Miramar, Balnearia, El Tío y Marull intentaban disfrutar de un día pleno de vacaciones, la región quedó a sin energía durante seis horas. El corte fue anunciado: cambio de un transformador de intensidad en la estación transformadora de El Tío. Lo informó la Cooperativa de Miramar. Sin embargo, la catarata de comentarios en redes sociales dejó al desnudo algo más profundo que una simple molestia circunstancial.
“Tremenda la falta de criterio para hacer este cambio en esta fecha”, escribió un vecino. “Todo el invierno toman mate y esperan el verano para arreglar un trafo”, ironizó otro. “Con estos calores, un abuso”, sintetizó una usuaria. Otros aclararon lo obvio: no fue la cooperativa local, fue EPEC.
Y ahí aparece la paradoja.
EPEC es, objetivamente, una de las empresas provinciales de energía con mejor performance del país. Comparada con EMSA en Misiones o con la EPE de Santa Fe, la empresa cordobesa exhibe menores niveles de cortes no programados, mejores tiempos de reposición y una red de mayor robustez técnica. Córdoba, en términos energéticos, no está entre las provincias más castigadas.
Pero el problema de EPEC no es solo técnico. Es cultural, estructural y político.
El ADN monárquico
Desde hace décadas, EPEC —como muchas empresas públicas de energía— arrastra una práctica tan silenciosa como corrosiva: el ingreso preferencial de hijos y familiares de empleados. Un sistema hereditario, casi nobiliario, donde el acceso al trabajo no siempre depende del mérito sino del apellido.
Este mecanismo no solo atenta contra la transparencia, sino que clausura la posibilidad de que los mejores ingenieros, técnicos y especialistas del país ingresen a la empresa mediante concursos públicos abiertos. La energía eléctrica es un servicio crítico. No puede ser administrado como un feudo ni como una herencia de sangre.
Mientras el mundo discute inteligencia artificial, redes inteligentes y transición energética, EPEC todavía conserva resabios de una cultura cerrada, corporativa y endogámica. Esa es su mayor debilidad.
Cortes en vacaciones: el error que se repite
El corte de seis horas del sábado no fue una fatalidad climática ni una emergencia. Fue una tarea programada. Y ahí radica el absurdo.
¿Por qué una intervención de esta magnitud se planifica en pleno verano, con temperaturas extremas y localidades turísticas colmadas, cuando podría haberse realizado en invierno, con menor demanda, menos impacto económico y menos riesgo sanitario?
No es solo una cuestión de incomodidad. Son comercios cerrados, pérdidas para el sector gastronómico, familias con adultos mayores o niños pequeños sin ventilación, turistas que se llevan una pésima imagen de la región.
La técnica puede ser buena. La planificación, claramente, no.
¿Privatizar? No. Sanear, sí.
En los pasillos de la empresa, y en charlas informales de algunos trabajadores, aparece una amenaza inquietante: ante una eventual privatización, “se podría boicotear el servicio”. La sola existencia de ese discurso es alarmante. El servicio eléctrico no es un arma de negociación política ni gremial. Es un derecho básico.
Pero la salida no es privatizar. EPEC debe seguir siendo del Estado provincial. La energía es estratégica. Es desarrollo, industria, empleo, competitividad. Lo que sí urge es un saneamiento profundo:
- Fin del ingreso hereditario.
- Concursos públicos, transparentes y federales.
- Auditorías técnicas y de gestión.
- Monitoreo real de tarifas para que la industria y el comercio no sigan pagando ineficiencias internas.
El respeto que falta
EPEC no es una mala empresa. Al contrario: tiene recursos humanos valiosos, infraestructura sólida y una historia de logros. Pero sigue funcionando con lógicas viejas para una sociedad que ya no tolera privilegios ni improvisaciones.
El corte del sábado no fue solo una interrupción eléctrica. Fue un corte simbólico. Un recordatorio de que no alcanza con que la energía llegue: también debe llegar con respeto, planificación y justicia.
